La tarde se presuponía calurosa y los romeros, ávidos de devoción, prepararon refrigerios para acompañar a la Señora hasta la Iglesia del Espíritu Santo de Guadalcanal, donde quedaría expuesta para que todos sus Hijos la veneraran durante toda la noche. A los sones de las sevillanas que le cantaron sus romeros, el camino comenzó a las 17.30 horas en punto, con una apoteósica salida de la Ermita, con repique de campanas, palmas y tamboriles que amenizaron todo el camino hasta su Pueblo.
Iniciado el camino de regreso a Guadalcanal, los romeros recibieron un abanico de regalo por parte de la Real e Ilustre Hermandad de Nuestra Señora de Guaditoca, para sofocar el calor que quedaba por venir. Un calor que se vio eclipsado por las ganas de fiesta de todos los peregrinos, que lanzaron ¡VIVAS! a la Señora continuamente, cantaron sevillanas y rumbas y acompañaron a la Patrona de Guadalcanal hasta su Pueblo, a donde por vez primera llegó entrada la noche debido a las ganas de los romeros por mantener en el Camino a la Reina de Guadalcanal más tiempo. Como apoteósis se puede describir la entrada de la Virgen en el Pueblo. Por vez primera también un romero a caballo portó el Simpecado de la Hermandad, que se volvió sbore sus pies para esperar a la Virgen en la puerta del Convento. No cabía un alfiler. La plazuela estaba a rebosar de guadalcanalenses que esperaban a su Patrona. La Virgen, sin querer sus romeros entrarla en la Iglesia, se mecía al compás de las Sevillanas y los Vivas de los Romeros. Una noche inolvidable para los que tuvimos la suerte de estar allí. A los sones de la Salve Rociera de Manuel Pareja Obregón, Nuestra Señora de Guaditoca quedó entronizada en el Altar Mayor del Convento para su veneración, un altar que presentaba todas las insignias dispuestas para la Solemne Procesión del Domingo, de la cual tendrán testimonio gráfico en breve.