jueves, 1 de diciembre de 2011

CAPITULO XV: Ultima Parte

Muchas paginas serían necesarias para insertar las lista de donantes; pues a la obra contribuyó todo el vecindario, el rico y el pobre, sin distinción de clases ni de condiciones; todos aportaron con generosidad y piedad cuanto pudieron, y si hubiéramos de trasladar al papel cada frase, nacida del más acendrado amor, con las que se acompañaba la limosna, empresa más ardua sería; porque sería escribir la historia completa y acabada de los favores y mercedes que la Santa Virgen ha dispensado a esta generación y a las anteriores; y consignar tantos actos de fe profunda y de amor filial, de gratitud la más rendida, y de confianza la más firme en la protección de la Reina del cielo, como hijos tiene este pueblo.
No solo pudo atenderse a la obra imprescindible, sino se extendió el plan a otras de ornato y embellecimiento: se resanaron las bóvedas de la Iglesia y las cúpulas de la Capilla mayor y del Camarín; se desmontaron las armaduras de los techos para colocarlas en las convenientes condiciones de seguridad; se atendió a los muros, y no quedó parte alguna sin que en ella no se hiciera el reparo necesario; se colocó en el templo solería de buena baldosa del país, y en el presbiterio de ladrillo y olambrilla; se recubrieron de azulejos de cuenca los muros del templo hasta la altura conveniente, y en el altar mayor se colocó un rico frontal de azulejos de reflejo metálico; al atrio, a más de la obra de reparación, de que tan necesitado estaba, se le puso pavimento de cemento, y los cinco arcos que lo forman se cerraron con verjas de hierro; se preparó y arregló casa para el santero a fin de que hubiera fijamente persona al cuidado del templo y tuvieran facilidades los fieles para visitarlo. Se hicieron manteles nuevos para los altares y se dotó al templo de otros objetos necesarios para el culto: para todo dio la piedad de los fieles. Si sumamos las limosnas en dinero, y las que se dieron en servicios y materiales, en regalo de ropas y de otros modos, llega lo reunido e invertido a 15000 pesetas.
Todo quedó dispuesto y terminado a mediados del mes de Septiembre y en espera de que llegase el día ansiado en la Venerada Imagen de la Virgen de Guaditoca fuese nuevamente colocada en su Templo adornado por el amor de sus devotos.
En este año se celebró la Novena con mayor esplendor que años anteriores, y con más asistencia de fieles y devotos; y el día 20 de Septiembre por la tarde se trasladó la Santísima Virgen en solemne procesión, como de costumbre, a la Iglesia del Convento del Espíritu Santo, recorriendo algunas calles más que la tradición señala, acompañando gran multitud con velas encendidas y presidiendo la Corporación municipal según tiene la obligación. Quedó la Santa Imagen, una vez cantada la salve con que se termina la procesión, al cuidado de las religiosas de la Doctrina cristiana, que disfrutan el antiguo convento; y desde entonces y hasta la madrugada, no cesó el ir y venir de la gente a visitar y despedir, como dicen, a la Virgen bendita, y confiarle sus necesidades y apuros para que como buena Madre los despache favorablemente antes de su partida; el número de los que quedaron durante toda la noche, ya por devoción, ya por promesa acompañando a la Señora, no fue escaso.
A la madrugada se cantó solemnemente la Santa Misa, y terminada llegó la Cofradía del Rosario de la Aurora, que por la divina misericordia aún saca el Santo Rosario por las calles y plazas al rayar el día, cantando las alabanzas a la Madre de Dios, e hizo su acostumbrada estación, y esperó se organizara la procesión con asistencia del Clero parroquial de Santa María para acompañar a la Santísima Virgen hasta el puerto de Llerena, en lo alto de la sierra, en donde cantada la Salve se despide oficialmente a la Santa Imagen, y acompaña después el Clero particularmente.
Ya de antemano había empezado el movimiento natural de gente que al Santuario dirigía sus pasos, llenando caminos y veredas, atajos y trochas, movida del mismo espíritu de amor a la Virgen bendita de Guaditoca; muchos caminaban a pie en cumplimiento de promesas y en pago de favores de cuantía que su Patrona les concedió en horas muy tristes y amargas. Nada comparable a aquel abigarrado conjunto, al pueblo de Guadalcanal esparcido por todo el camino, y podemos decir que no quedaron en la Villa más que los enfermos o retenidos por ocupaciones ineludibles.
Cerca de las nueve de la mañana llegó la Santa Imagen a la Cruz del aceite, en donde esperaba el Clero paramentado, organizándose la procesión en medio de aquella multitud, engrosada con el contingente de devotos, ya llegados al Santuario de los pueblos limítrofes de Extremadura. Sentíase uno arrebatado a siglos pretéritos, presenciando la procesión que se hacía con la Stma. Virgen por el real de la feria en los años de más esplendor y pujanza de las fiestas que celebraban en la Pascua de Espíritu Santo. Día es este que difícilmente se borrará de memoria de los que presenciaron tan hermosa fiesta. Púdose llegar al fin a la orilla del río, y colocada la Stma. Virgen de Guaditoca sobre la peña de la aparición, el pueblo cantó la Salve. Nada comparable a aquel cuadro de fe y amor; las lágrimas brotaban espontáneamente, y aquellas notas tan sencillas, llena de virilidad, llevando en ritmo los afectos de tantos corazones, llegaron al de nuestra Madre, parecía que su rostro sonreía, que nos mostraba lo grato de aquellos obsequios; ella eligió aquel lugar y lo santificó; allí nos mostró, por su santo simulacro, que lo escogía como propio y nos elegía para hacernos partícipes de su misericordia y de su amor.
¡Cuántas ideas pasaban por la mente, qué arrobamiento más celestial se experimentaba; creíase uno trasladado de pronto a las regiones inefables de la gloria!
Cada vez se acercaba más el momento deseado: allí junto a la casa de nuestra Madre, la que sus hijos aderezaron con todo entusiasmo, la que esperaba a su Dueña legítima y Señora, avanzó la procesión, no sin grandes esfuerzos y en medio siempre del más delirante entusiasmo; llegó la Santa Imagen a las puertas del Templo y, bendecido éste, entró la Señora seguida de la multitud, apiñándose en el interior una pequeña parte y quedando fuera, por no haber sitio material, la mayor parte de los concurrentes, y prorrumpiendo en vítores ensordecedores al aparecer colocada en su camarín la Virgen de Guaditoca.
Ante tan crecido número de fieles, y atendiendo a los ruegos incesantes de todos, hubo necesidad de improvisar un altar en el atrio del templo para celebrar la Santa Misa, y a él se trasladó la Santa Imagen, no faltando una mano piadosa que colocó a sus pies la Imagen del Niño Bellotero.
Celebró la Santa Misa el Cura Ecónomo de Santa Ana, D. Rafael Ordóñez Rivero, y de Ministros actuaron el Cura de Santa María, D. Demetrio Gallardo Fernández, y el Coadjutor D. Rafael Romero Veloso, predicando el que estas líneas escribe. La parte musical estuvo a cargo de un nutrido coro de niños dirigido por D. Pablo Rodríguez González, Capellán de San Vicente, con acompañamiento de armonium.
Terminada la Santa Misa se trasladó la bendita Imagen definitivamente a su Camarín, no faltando en todo el día del Templo las alabanzas y los cánticos, hasta la tarde, en que cantada la Salve, se dispersó la multitud.
Como nota interesante hemos de consignar que a pesar de la gran concurrencia, como los nacidos no la habían conocido, y de la natural expansión y alegría, no hubo que lamentar el más pequeño desorden, ni el más leve disgusto.
Esta página de la historia del Santuario de Nuestra Señora de Guaditoca, es el más elocuente testimonio de que si bendito nombre vive en el corazón de los hijos de Guadalcanal, y con el amor que estos tienen a su Patrona corre parejas el que le tienen los moradores de toda la comarca, pues todos la aclaman como a su Madre y a su Abogada especialísima.
Han pasado los siglos y a través de las vicisitudes del tiempo y de las mudanzas que forman el obligado cortejo de las cosas humanas, permanece viva la devoción a la Virgen Santísima de Guaditoca.
Hoy, privado el Santuario de sus antiguas rentas de los bienes que le donó la piedad de las generaciones que pasaron, el pueblo fiel y creyente sigue amando y reverenciando a tan piadosa Madre con todas las veras de su corazón, y atiende al culto de la Santísima Virgen, su Patrona amantísima, su generosidad y largueza.